(Spencer Platt/Getty Images)
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La instauración del autoproclamado Estado Islámico tras la eliminación de las fronteras entre Siria e Irak hace que se enciendan las alarmas de una posible expansión a zonas vecinas y a otras regiones del mundo árabe.

El llamado Estado Islámico, con su Califato, es mucho más (o algo muy distinto) a una organización terrorista o una banda criminal. Al menos por ahora y aunque sea de forma precaria dispone de una base territorial, de abundantes medios económicos, de una férrea organización; ha mostrado también una notable capacidad militar en Siria e Irak. Tiene una manifiesta voluntad hegemónica en relación con las diversas organizaciones armadas suníes y en más de una ocasión se ha movido de forma implacable para eliminarlas o subyugarlas, algo que parece no haber conseguido con los peshmerghas kurdos en Siria e Irak. Con la proclamación del iraquí Abu Bakr Al Bagdadi en la Gran Mezquita de Mosul como Califa, el pasado 29 de junio, el nuevo dirigente se ha esforzado en exhibir esa suprema legitimidad que fluye de la familia y de la tribu del Profeta: se presentó como máxima autoridad espiritual y política de los creyentes, siguiendo la formulación doctrinal clásica del Islam suní.

Desde 1924 no había ni Califa ni Califato en el mundo islámico. Los intentos de revitalizarlo han sido múltiples: o como utopía capaz de unificar a los creyentes o para resistir los impulsos colonialistas en lugares como Nigeria, el Sahel, India y Turquía, sin que tal aspiración haya desaparecido nunca de la literatura islámica de todo el mundo. Tras la muerte del Profeta, solo los cuatro primeros califas, elegidos por aclamación y considerados como los rectos y los justos, tuvieron plena legitimidad en la comunidad islámica. Pero después de ellos la unidad fue sacrificada por las polémicas doctrinales y dinásticas. Así en el siglo X había tres califas: el Omeya en Córdoba, el Fatimida en El Cairo-El Fustat y el Abasida en Bagdad e incluso, en otros momentos, hubo califas mongoles y otomanos. De manera expeditiva parece que el Estado Islámico emplearía sus fuerzas de manera prioritaria (pero no exclusiva) no tanto en combatir al enemigo exterior, el tirano o el imperialista, sino en fomentar la unidad musulmana.

Implacable con el enemigo

Por ello, pese a la proyección universal que se pretende para el mensaje del nuevo Califa, denominado Ibrahim, el Estado Islámico sí ha declarado a corto plazo la guerra contra los chiíes, a los calificados como hipócritas y apóstatas, a todos los que se enfrentó en Siria e Irak bajo banderas diferentes del Estado Islámico, sean chiíes, islamistas moderados, kurdos, cristianos o nacionalistas (con buena parte de musulmanes suníes entre ellos).

No puede esquivarse el profundo sentido de la convocatoria y la llamada del Califato, sobre todo, en una coyuntura en que las tensiones y las tragedias del mundo árabe contribuirían a conceder a su realización un sentido milenarista y redentor. Pero tampoco puede olvidarse que todos los califas y califatos han oscilado en un difícil equilibrio entre los poderes centrífugos de un imperio muy extenso y los intereses particulares de distintos estamentos políticos y sociales como las tribus, las sectas o las propias ciudades. Nunca fue un poder fuera de discusión, como tampoco lo sería esta vez y entre musulmanes, el Califa y el Estado Islámico.

En el mensaje del Califa Ibrahim, realizado desde la Gran Mezquita de Mosul al comienzo del Ramadán, se muestra la naturaleza global y orientada en todas las direcciones en la lucha del Estado Islámico. Sus objetivos son mucho mas ambiciosos que los de Al Qaeda y que de alguna manera compendia. Expulsar a los infieles de las tierras musulmanas y castigar a los poderes imperialistas, pero además haciéndolo a partir de una base territorial y política, con una voluntad expansiva que conduzca a la implantación de un califato trasnacional. De esta manera la evolución que conduce al Estado Islámico a partir de las formaciones previas de Al Qaeda en Irak (AQI), Estado Islámico de Irak (EII) y Estado Islámico en Siria y Levante (ISIS), muestra el devenir del propio Abu Bakr Al Bagdadi. Su ruptura violenta con Jabbhat Al Nusra, vinculado a Al Qaeda, es tal vez el alejamiento más importante registrado hasta ahora en el yihadismo internacional; o la primera vez en que un simple jefe local desobedece de manera abierta al mando central de Al Qaeda.

Transformación y consolidación

Se habría pasado por tanto de un grupo terrorista a un ejército terrorista, implantado desde el Norte de Siria y las cercanías de Alepo hasta las provincias iraquíes de Dyala, Ambar, Nínive y Saladino; en su posesión estarían también las ciudades de Mosul y Tikrit y la refinería de Baiji, a unos doscientos kilómetros de Bagdad. En su avance, ha podido reforzar sus fuentes de financiación con la obtención de botines de guerra, la creación de redes de extorsión y contrabando, comerciando así mismo con productos petrolíferos, algo que ya hizo en Siria. La articulación de una red de asistencia y control en las poblaciones y las actuaciones despiadadas y ostentosas contra enemigos e infieles, sean cristianos, suníes o chiíes, caracterizan una presencia implacable pero efectiva y bastante organizada. Mediante la institución del Califato se respondería con una llamada profunda al imaginario de árabes y musulmanes; una apelación que con seguridad será oída entre los yihadistas.

En definitiva, por su atractivo y su aparente solidez el Estado Islámico es la formación yihadista que rebasa a las demás, la más amenazadora para el orden político y territorial de Oriente Medio y, eventualmente, del Magreb. Por ello se teme su propagación, incluso en los próximos meses y antes de que acabe el año, a otros territorios que se encuentran sin ley y fuera de control gubernamental alguno. Por ejemplo, en las regiones de Fezzan o Cirenaica en Libia, país que es ya el santuario más prometedor para grupos salafistas y yihadistas en el Norte de África. Incluso se ha barajado la posibilidad de que el Estado Islámico trate de apoderarse del oasis de Siwa, unido a la memoria de Alejandro Magno, situado en el Oeste de Egipto. Tal y como ha hecho el Estado Islámico en las fronteras entre Siria e Irak, se tratarían de borrar las fronteras coloniales trazadas entre Egipto y Libia,

Atención al Magreb

El Magreb experimenta un evidente auge extremista que igualmente parece estar desviándose en su mando y orientación desde Al Qaeda y en beneficio del Estado Islámico. Hay que destacar los recientes incidentes en las montañas Chaambi, frontera entre Túnez -país en el que se detecta el contingente yihadista más numeroso, con 2.400 elementos- y Argelia con 14 soldados muertos. Marruecos es el segundo en la lista con más. Al tunecino, le sigue en importancia numérica el contingente marroquí, con unos 1.200. En su mayoría ambos grupos se encuadran en el Estado Islámico, suponiéndose que el conflicto entre el Estado Islámico y Jabbat Al Nusra, materializado en Siria e Irak, se está trasladando al Magreb. Con ello también se trasladarían los intentos de configuración política y territorial propios de la ampliación del Califato desde Oriente Medio al Norte de África.

Con el Estado Islámico y el Califato se estaría abriendo un proceso de duración y resultados difíciles de prever pero de indudable impacto en la fisonomía del yihadismo y la insurrección terrorista. Tanto por parte de los países árabes como de los países occidentales merece una atención muy profunda, con respuestas cuya adecuación también suscita multitud de dificultades: la amenaza va dirigida a todos y todo lo que representa el orden actual. Difícil es saber por dónde hay que empezar y qué camino debe escogerse. Tenemos por tanto un mundo árabe con las alarmas en ascenso, frecuente víctima desde tiempo inmemorial de sus propias divisiones y querellas, una situación que se estaría repitiendo; existe también un movimiento yihadista que se extiende y renueva, como si fuera un personaje en búsqueda de autor. Y un Occidente, especialmente Europa, considerado más o menos enemigo o cómplice, para el que la amenaza y las incertidumbres se acercan y radicalizan; porque de manera paulatina se materializan en países amigos y aliados, pero también en las propias comunidades musulmanas que alberga de las que se teme un mayor nivel de movilización y antagonismo.