El país norteamericano ha demostrado que el poder blando es eficaz para devolver un país al centro del escenario internacional.

Las banderas de Canadá, Québec y New Brunswick, entre otras. Robert Labergue/AFP/Getty Images
Las banderas de Canadá, Québec y New Brunswick, entre otras. Robert Labergue/AFP/Getty Images

Tras el fin de la Guerra Fría una nueva concepción de poder emergió, desplazando a los elementos más tradicionales, basados en el uso de la fuerza y la capacidad militar, a favor de otras dimensiones como el poder económico, la influencia pública o la capacidad de establecer lazos internacionales. Esta nueva consideración nos permite ver un listado de países que difiere ligeramente del tradicional ranking de grandes potencias. Canadá es un miembro del G7 desde 1976 y asimismo miembro fundador del G20. Por tanto, su papel en las relaciones económicas globales es central. De hecho Canadá es el tercer exportador mundial de crudo y está entre los 15 países más exportadores, según los datos de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

De hecho, recientemente Canadá ha protagonizado la agenda comercial internacional debido a la firma del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en inglés), uno de los más ambiciosos de la escena global. También de gran relevancia ha sido el papel de Canadá en la negociación del Acuerdo Económico y Comercial Global con la Unión Europea (CETA por sus siglas en inglés). Más allá de los recelos que el contenido del acuerdo y la transparencia de las negociaciones, Canadá fue capaz de utilizar su influencia para condicionar a la Unión Europea a congelar el diálogo para cerrar un acuerdo debido a una regulación europea que prohibía el comercio de productos derivados de la caza de focas, un sector que afecta especialmente a las Primeras Naciones indígenas de Canadá. El país norteamericano consiguió hacer valer su peso en la Organización Mundial del Comercio para forzar una enmienda a esa regulación que excluyera la caza tradicional. Una vez que la OMC falló a favor de Canadá y se instó a la UE a cambiar su regulación, las negociaciones sobre el CETA concluyeron satisfactoriamente. Esto tiene aún más relevancia teniendo en cuenta que Canadá tiene un déficit comercial con la Unión y, por tanto, su posición a la hora de negociar podría esperarse más débil.

Sin embargo, la acción exterior de Canadá no sólo se ha centrado en hacer valer su relevancia económica para conseguir cambiar actitudes y comportamientos de otros actores internacionales. Al contrario, se ha orientado cada vez de forma más evidente a la promoción de unos valores que se identifican con la protección de los derechos humanos, la promoción de la democracia o el mantenimiento de la paz. Por ejemplo, Canadá acogió la creación de la Comisión Internacional sobre Intervención y Soberanía de los Estados que desembocó en la formulación del principio de la “responsabilidad de proteger” para evitar violaciones masivas de derechos humanos en conflictos internos. En los últimos 15 años, el presupuesto que Canadá destina a cooperación internacional para el desarrollo ha llegado casi a duplicarse, alcanzando en 2015 los 5,8 billones de dólares canadienses (alrededor de 4.000 millones de euros). Esta senda ha llevado a Canadá a erigirse como uno de los grandes valedores del poder blando en la escena internacional. En 2015, el Índice de Presencia Global del Real Instituto Elcano situó a Canadá como la novena nación con una presencia exterior más fuerte y atribuía a su poder blando hasta el 35,5% de esta presencia.

Precisamente, la principal razón del auge de la imagen de Canadá ha estado relacionada con su política de acogida de refugiados. En un contexto en el cual países como Líbano y Jordania están desbordados por la ingente cantidad de personas que huyen de la guerra en Siria, Irak o Afganistán y en el que la Unión Europea ha dado una respuesta tibia y descoordinada a esta emergencia humanitaria, Canadá ha emergido como el destino dorado para ellos. Ya el anterior gobierno conservador había prometido de cara a las elecciones legislativas que acogería a 10.000 refugiados de Siria e Irak antes de septiembre de 2016. Tan pronto como Justin Trudeau llegó al poder, su gobierno comunicó a ACNUR que acogería a 25.000 más antes del final de 2015. Este ambicioso objetivo requería una coordinación administrativa y una voluntad política que el gobierno de Canadá estuvo dispuesto a fomentar y resultó en la acogida de alrededor de 29.300 refugiados hacia marzo de 2016.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, en una cena con el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. Chris Roussakis/AFP/Getty Images
El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, en una cena con el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. Chris Roussakis/AFP/Getty Images

Esto permitió a Canadá llenar las portadas de los medios a lo largo y ancho del mundo presentándose como imagen de la solidaridad internacional y la protección de los derechos humanos en contraste con una Europa incapaz de hacer frente a la crisis. El equipo del mediático Trudeau fue capaz de viralizar el fenómeno con fotos del primer ministro recibiendo en el aeropuerto de Toronto a las familias acogidas y mandar un claro mensaje al mundo: “así es como se da la bienvenida a los refugiados”. Acto seguido la maquinaria del país se puso en marcha y el responsable de inmigración del Ejecutivo anunció que Canadá ayudaría a los países que lo solicitaran a instaurar un sistema de acogida similar y poder así cumplir con las peticiones de ACNUR y ONG. El Gobierno estimó además que ese plan de acogida costaría alrededor de 1,2 billones de dólares canadienses (en torno a 836 millones de euros), una cifra no demasiado elevada en términos relativos y repartida entre los presupuestos de varios ministerios. Se evidenciaba entonces que realmente lo que faltaba en otros países desarrollados no eran los medios para la acogida de refugiados, sino voluntad política para llevar a cabo políticas valientes de reasentamiento. Por tanto, así Canadá presionaba a otros Estados para seguir su ejemplo mediante la utilización de la diplomacia pública.

Además, el ministro para inmigración John McCallum anunció que se pondría en marcha un programa para acoger aún más refugiados a través de programas de ayudas al estudio. De esta manera, Canadá insertaba la gestión de esta crisis humanitaria en otro de sus principales instrumentos de poder blando: el modelo educativo. Las universidades canadienses se sitúan en la cima de los rankings mundiales y, por tanto, ofrecen un gran atractivo para los estudiantes internacionales. El Departamento de Asuntos Globales (anteriormente conocido como DFAIT por sus siglas en inglés) ha conseguido utilizar esta herramienta como ventana de Canadá al exterior y ha fomentado la llegada de talentos internacionales al sistema canadiense. El más reciente ejemplo de esta perspectiva es el lanzamiento de International Experience Canada, un programa transversal para estudiantes y jóvenes profesionales que quieren continuar su formación en Canadá. Stéphane Dion, responsable de asuntos globales canadiense, ha recordado recientemente en la Cumbre de Líderes Norteamericanos en Ottawa que su país “[ha] demostrado que es mejor construir puentes, no muros” en clara referencia a sus acciones en acogida de refugiados y en atracción de talento en un mundo que cada vez cuestiona más la multiculturalidad. De hecho, Canadá volvió a sorprender al mundo cuando Trudeau anunció la composición de su gabinete. No sólo era paritario sino que además incluía ministros de diferentes etnias y religiones, así como miembros de las Primeras Naciones y personas con discapacidad. Como el propio primer ministro afirmó, se trata de “un gobierno que se parece a Canadá”, haciendo gala de la multiculturalidad como valor del país y apelando de nuevo a través de la diplomacia pública a promover cambios en otros gobiernos.

Otra de las puntas de lanza de la estrategia de poder blando fue el compromiso de que Canadá volvería a liderar la lucha global contra el cambio climático con ambiciosos objetivos de reducción de emisiones de carbono. Tras varios años ausente del debate global sobre la acción climática, Canadá volvió a la palestra de forma decidida gracias a la apuesta de Trudeau y al liderazgo de la ministra Catherine McKenna al frente de la cartera de cambio climático. De hecho, el país ha conseguido reflotar las relaciones con Estados Unidos, dañadas por la falta de sintonía entre Harper y Obama, haciendo de la acción climática uno de los ejes principales de la renovada cooperación bilateral. La proximidad geográfica, la importancia de las industrias extractivas para ambas economías y la preocupación por los efectos del calentamiento global en el Ártico han escalado posiciones en la agenda intergubernamental. Así, Canadá ha vuelto al escenario climático para mostrar una imagen renovada a través de su primer ministro y reforzada por la capacidad de sentar al gigante americano a la mesa para establecer compromisos ambientales. De hecho, el éxito de esta estrategia se evidenció en la mencionada Cumbre de Líderes Norteamericanos 2016 que reunía en Ottawa a los jefes de Estado y de gobierno de Canadá, Estados Unidos y México en la que uno de los acuerdos más significativos fue un compromiso trilateral para fomentar las energías renovables.

Pese a estos elementos que el nuevo gobierno liberal canadiense ha potenciado como parte de la acción exterior, Justin Trudeau ha sido criticado precisamente por hacer del marketing político su marca personal y, por extensión, su marca país. Sin embargo, a día de hoy esta estrategia está funcionando y está devolviendo a Canadá a la primera línea de la política internacional y ha captado la atención de audiencias y públicos en numerosos países que miran hacia el país del arce como ejemplo a seguir para una sociedad moderna y solidaria. Por tanto, la nueva imagen de Canadá está funcionando tanto en términos normativos como en la práctica. En junio de 2016 Canadá llegó a conceder la ciudadanía a 25.900 refugiados de aquéllos que ha aceptado, representando así la inmensa mayoría en términos comparativos con otros países de acogida. Sea con selfies de por medio, sea retransmitido a través de Snapchat o adornado con emoji, bienvenido sea Canadá.